Marquesina
martes, 26 de marzo de 2013
sábado, 16 de marzo de 2013
Proyecto 2 Español quinto Grado
jueves, 14 de marzo de 2013
Cuento Pinocho
PINOCHO
Hace mucho tiempo, un carpintero
llamado Gepeto, como se sentía muy solo, cogió de su taller un trozo de madera
y construyó un muñeco llamado Pinocho.
-¡Qué bien me
ha quedado! -exclamó-. Lástima que no tenga vida. Cómo me gustaría que mi
Pinocho fuese un niño de verdad.
Tanto lo deseaba que un hada fue hasta allí y con su varita dio vida al muñeco.
-¡Hola, padre! -saludó Pinocho.
-¡Eh! ¿Quién habla? -gritó Gepeto mirando a todas partes.
-Soy yo, Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?
-¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin tengo un hijo!
Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al colegio. Pero no tenía dinero, así que decidió vender su abrigo para comprar los libros.
Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba:
-Ya sé, estudiaré mucho para tener un buen trabajo y ganar dinero, y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto.
De camino, pasó por la plaza del pueblo y oyó:
-¡Entren, señores y señoras! ¡Vean nuestro teatro de títeres!
Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que bailó con ellos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no tenían vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos y los pies.
-¡Bravo, bravo! -gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.
-¿Quieres formar parte de nuestro teatro? -le dijo el dueño del
teatro al acabar la función.
-No porque tengo que ir al colegio.
-Pues entonces, toma estas monedas por lo bien que has bailado
-le dijo un señor.
Pinocho siguió muy contento hacia el cole, cuando de pronto:
-¡Vaya, vaya! ¿Dónde vas tan deprisa, jovencito? -dijo un gato muy mentiroso que se encontró en el camino.
-Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.
-¡Oh, vamos! -exclamó el zorro que iba con el gato-. Eso es poco dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría tener más?
-Sí, pero ¿cómo? -contestó Pinocho.
-Es fácil -dijo el gato-. Si entierras tus monedas en el Campo de los Milagros crecerá una planta que te dará dinero.
-¿Y dónde está ese campo?
-Nosotros te llevaremos -dijo el zorro.
Así, con mentiras, los bandidos llevaron a Pinocho a un lugar lejos de la ciudad, le robaron las monedas y le ataron a un árbol.
Gritó y gritó pero nadie le oyó, tan sólo el Hada Azul.
-¿Dónde perdiste las monedas?
-Al cruzar el río -dijo Pinocho mientras le crecía la nariz.
Se dio cuenta de que había mentido y, al ver su nariz, se puso a llorar.
-Esta vez tu nariz volverá a ser como antes, pero te crecerá si vuelves a mentir -dijo el Hada Azul.
Así, Pinocho se fue a la ciudad y se encontró con unos niños que reían y saltaban muy contentos.
-¿Qué es lo que pasa? -preguntó.
-Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión, donde todos los días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir?
-¡Venga, vamos!
Entonces, apareció el Hada Azul.
-¿No me prometiste ir al colegio? -preguntó.
-Sí -mintió Pinocho-, ya he estado allí.
Y, de repente, empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió de verdad. Se fue al colegio y luego a casa, pero Gepeto había ido a buscarle a la playa con tan mala suerte que, al meterse en el agua, se lo había tragado una ballena.
-¡Iré a salvarle! -exclamó Pinocho.
Se fue a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro vio a Gepeto, que le abrazó muy fuerte.
-Tendremos que salir de aquí, así que encenderemos un fuego para que la ballena abra la boca.
Tanto lo deseaba que un hada fue hasta allí y con su varita dio vida al muñeco.
-¡Hola, padre! -saludó Pinocho.
-¡Eh! ¿Quién habla? -gritó Gepeto mirando a todas partes.
-Soy yo, Pinocho. ¿Es que ya no me conoces?
-¡Parece que estoy soñando! ¡Por fin tengo un hijo!
Gepeto pensó que aunque su hijo era de madera tenía que ir al colegio. Pero no tenía dinero, así que decidió vender su abrigo para comprar los libros.
Salía Pinocho con los libros en la mano para ir al colegio y pensaba:
-Ya sé, estudiaré mucho para tener un buen trabajo y ganar dinero, y con ese dinero compraré un buen abrigo a Gepeto.
De camino, pasó por la plaza del pueblo y oyó:
-¡Entren, señores y señoras! ¡Vean nuestro teatro de títeres!
Era un teatro de muñecos como él y se puso tan contento que bailó con ellos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no tenían vida y bailaban movidos por unos hilos que llevaban atados a las manos y los pies.
-¡Bravo, bravo! -gritaba la gente al ver a Pinocho bailar sin hilos.
-¿Quieres formar parte de nuestro teatro? -le dijo el dueño del
teatro al acabar la función.
-No porque tengo que ir al colegio.
-Pues entonces, toma estas monedas por lo bien que has bailado
-le dijo un señor.
Pinocho siguió muy contento hacia el cole, cuando de pronto:
-¡Vaya, vaya! ¿Dónde vas tan deprisa, jovencito? -dijo un gato muy mentiroso que se encontró en el camino.
-Voy a comprar un abrigo a mi padre con este dinero.
-¡Oh, vamos! -exclamó el zorro que iba con el gato-. Eso es poco dinero para un buen abrigo. ¿No te gustaría tener más?
-Sí, pero ¿cómo? -contestó Pinocho.
-Es fácil -dijo el gato-. Si entierras tus monedas en el Campo de los Milagros crecerá una planta que te dará dinero.
-¿Y dónde está ese campo?
-Nosotros te llevaremos -dijo el zorro.
Así, con mentiras, los bandidos llevaron a Pinocho a un lugar lejos de la ciudad, le robaron las monedas y le ataron a un árbol.
Gritó y gritó pero nadie le oyó, tan sólo el Hada Azul.
-¿Dónde perdiste las monedas?
-Al cruzar el río -dijo Pinocho mientras le crecía la nariz.
Se dio cuenta de que había mentido y, al ver su nariz, se puso a llorar.
-Esta vez tu nariz volverá a ser como antes, pero te crecerá si vuelves a mentir -dijo el Hada Azul.
Así, Pinocho se fue a la ciudad y se encontró con unos niños que reían y saltaban muy contentos.
-¿Qué es lo que pasa? -preguntó.
-Nos vamos de viaje a la Isla de la Diversión, donde todos los días son fiesta y no hay colegios ni profesores. ¿Te quieres venir?
-¡Venga, vamos!
Entonces, apareció el Hada Azul.
-¿No me prometiste ir al colegio? -preguntó.
-Sí -mintió Pinocho-, ya he estado allí.
Y, de repente, empezaron a crecerle unas orejas de burro. Pinocho se dio cuenta de que le habían crecido por mentir y se arrepintió de verdad. Se fue al colegio y luego a casa, pero Gepeto había ido a buscarle a la playa con tan mala suerte que, al meterse en el agua, se lo había tragado una ballena.
-¡Iré a salvarle! -exclamó Pinocho.
Se fue a la playa y esperó a que se lo tragara la ballena. Dentro vio a Gepeto, que le abrazó muy fuerte.
-Tendremos que salir de aquí, así que encenderemos un fuego para que la ballena abra la boca.
Así lo hicieron
y salieron nadando muy deprisa hacia la orilla. El papá del muñeco no paraba de
abrazarle.
De repente,
apareció el Hada Azul, que convirtió el sueño de Gepeto en realidad, ya que
tocó a Pinocho y lo convirtió en un niño de verdad.
Español Bloque 4, Proyecto 2, quito grado
LA CENICIENTA
Hubo una vez una joven muy bella que no
tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más
fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa y como sus vestidos
estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.
Un día el Rey de aquel país
anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes
casaderas del reino.
- Tú
Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo
y preparando la cena para cuando volvamos.
Llegó el día del baile y
Cenicienta apesadumbrada vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real.
Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.
- ¿Por qué seré
tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su Hada Madrina.
- No te
preocupes -exclamó el Hada-. Tú también podrás ir al baile, pero con una
condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que
regresar sin falta. Y tocándola con su varita mágica la transformó en una
maravillosa joven.
La llegada de Cenicienta al
Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan
prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la
reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.
En medio de tanta felicidad
Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.
- ¡Oh, Dios
mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
Como una exhalación
atravesó el salón y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato, que el
Rey recogió asombrado.
Para encontrar a la bella
joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el
zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo
probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.
Al fin llegaron a casa de
Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato,
pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le estaba perfecto.
Y así sucedió que el
Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.
Español Bloque 4, Proyecto 2, Quito Grado
ALADINO
Erase una vez una viuda que vivía con su hijo, Aladino. Un día, un
misterioso extranjero ofreció al muchacho una moneda de plata a cambio de un
pequeño favor y como eran muy pobres aceptó.
-¿Qué tengo que hacer? -preguntó.
-Sígueme - respondió el misterioso extranjero.
El extranjero y Aladino se alejaron de la aldea en dirección al bosque, donde
este ultimo iba con frecuencia a jugar. Poco tiempo después se detuvieron
delante de una estrecha entrada que conducía a una cueva que Aladino nunca
antes había visto.
- ¡No recuerdo haber visto esta cueva! -exclamó el joven- ¿Siempre a estado
ahí?
El extranjero sin responder a su pregunta, le dijo:
-Quiero que entres por esta abertura y me traigas mi vieja lámpara de aceite.
Lo haría yo mismo si la entrada no fuera demasiado estrecha para mí.
-De acuerdo- dijo Aladino-, iré a buscarla.
-Algo mas- agrego el extranjero-.
No toques nada mas, ¿me has entendido? Quiero únicamente que me traigas mi lámpara
de aceite.
El tono de voz con que el extranjero le dijo esto último, alarmó a Aladino. Por
un momento penso huir, pero cambio de idea al recordar la moneda de plata y
toda la comida que su madre podía comprar con ella.
-No se preocupe, le traeré su lámpara, - dijo Aladino mientras se deslizaba por
la estrecha abertura.
Una vez en el interior, Aladino vio una vieja lámpara de aceite que alumbraba
débilmente la cueva. Cual no sería su sorpresa al descubrir un recinto cubierto
de monedas de oro y piedras preciosas.
"Si el extranjero solo quiere su vieja lámpara -pensó Aladino-, o está
loco o es un brujo. Mmm, ¡tengo la impresión de que no está loco! ¡Entonces es
un ... !"
-¡La lámpara! ¡Tráemela inmediatamente!- grito el brujo impaciente.
-De acuerdo pero primero déjeme salir -repuso Aladino mientras comenzaba a
deslizarse por la abertura.
¡No! ¡Primero dame la lámpara! -exigió el brujo cerrándole el paso
-¡No! Grito Aladino.
-¡Peor para ti! Exclamo el brujo empujándolo nuevamente dentro de la cueva.
Pero al hacerlo perdió el anillo que llevaba en el dedo el cual rodó hasta los
pies de Aladino.
En ese momento se oyó un fuerte ruido. Era el brujo que hacia rodar una roca
para bloquear la entrada de la cueva.
Una oscuridad profunda invadió el lugar, Aladino tuvo miedo. ¿Se quedaría
atrapado allí para siempre? Sin pensarlo, recogió el anillo y se lo puso en el
dedo. Mientras pensaba en la forma de escaparse, distraídamente le daba vueltas
y vueltas.
De repente, la cueva se lleno de una intensa luz rosada y un genio sonriente
apareció.
-Soy el genio del anillo. ¿Que deseas mi señor? Aladino aturdido ante la aparición,
solo acertó a balbucear:
-Quiero regresar a casa.
Instantáneamente Aladino se encontró en su casa con la vieja lampara de aceite
entre las manos.
Emocionado el joven narro a su madre lo sucedido y le entregó la lampara.
-Bueno no es una moneda de plata, pero voy a limpiarla y podremos usarla.
La esta frotando, cuando de improviso otro genio aun más grande que el primero
apareció.
-Soy el genio de la lampara. ¿Que deseas? La madre de Aladino contemplando
aquella extraña aparición sin atreverse a pronunciar una sola palabra.
Aladino sonriendo murmuró:
-¿Porque no una deliciosa comida acompañada de un gran postre?
Inmediatamente, aparecieron delante de ellos fuentes llenas de exquisitos
manjares.
Aladino y su madre comieron muy bien ese día y a partir de entonces, todos los
días durante muchos años.
Aladino creció y se convirtió en un joven apuesto, y su madre no tuvo necesidad
de trabajar para otros. Se contentaban con muy poco y el genio se encargaba de
suplir todas sus necesidades.
Un día cuando Aladino se dirigía al mercado, vio a la hija del Sultán que se
paseaba en su litera. Una sola mirada le bastó para quedar locamente enamorado
de ella. Inmediatamente corrió a su casa para contárselo a su madre:
-¡Madre, este es el día más feliz de mi vida! Acabo de ver a la mujer con la
que quiero casarme.
-Iré a ver al Sultán y le pediré para ti la mano de su hija Halima dijo ella.
Como era costumbre llevar un presente al Sultán, pidieron al genio un cofre de
hermosas joyas.
Aunque muy impresionado por el presente el Sultán preguntó:
-¿Cómo puedo saber si tu hijo es lo suficientemente rico como para velar por el
bienestar de mi hija? Dile a Aladino que, para demostrar su riqueza debe
enviarme cuarenta caballos de pura sangre cargados con cuarenta cofres llenos
de piedras preciosas y cuarenta guerreros para escoltarlos.
La madre desconsolada, regreso a casa con el mensaje. -¿Dónde podemos encontrar
todo lo que exige el Sultán? -preguntó a su hijo.
Tal vez el genio de la lampara pueda ayudarnos -contestó Aladino. Como de
costumbre, el genio sonrió e inmediatamente obedeció las ordenes de Aladino.
Instantáneamente, aparecieron cuarenta briosos caballos cargados con cofres
llenos de zafiros y esmeraldas. Esperando impacientes las ordenes de Aladino,
cuarenta Jinetes ataviados con blancos turbantes y anchas cimitarras, montaban
a caballo.
-¡Al palacio del Sultán!- ordenó Aladino.
El Sultán muy complacido con tan magnifico regalo, se dio cuenta de que el
joven estaba determinado a obtener la mano de su hija. Poco tiempo después,
Aladino y Halima se casaron y el joven hizo construir un hermoso palacio al
lado de el del Sultán (con la ayuda del genio claro esta).
El Sultán se sentía orgulloso de su yerno y Halima estaba muy enamorada de su
esposo que era atento y generoso.
Pero la felicidad de la pareja fue interrumpida el día en que el malvado brujo
regreso a la ciudad disfrazado de mercader.
-¡Cambio lamparas viejas por nuevas! -pregonaba. Las mujeres cambiaban felices
sus lamparas viejas.
-¡Aquí! -llamó Halima-. Tome la mía también entregándole la lampara del genio.
Aladino nunca había confiado a Halima el secreto de la lampara y ahora era
demasiado tarde.
El brujo froto la lampara y dio una orden al genio. En una fracción de
segundos, Halima y el palacio subieron muy alto por el aire y fueron llevados a
la tierra lejana del brujo.
-¡Ahora serás mi mujer! -le dijo el brujo con una estruendosa carcajada. La
pobre Halima, viéndose a la merced del brujo, lloraba amargamente.
Cuando Aladino regreso, vio que su palacio y todo lo que amaba habían
desaparecido.
Entonces acordándose del anillo le dio tres vueltas. -Gran genio del anillo,
¿dime que sucedió con mi esposa y mi palacio? -preguntó.
-El brujo que te empujo al interior de la cueva hace algunos años regresó mi
amo, y se llevó con él, tu palacio y esposa y la lampara -respondió el genio.
Tráemelos de regreso inmediatamente -pidió Aladino.
-Lo siento, amo, mi poder no es suficiente para traerlos. Pero puedo llevarte
hasta donde se encuentran. Poco después, Aladino se encontraba entre los muros
del palacio del brujo. Atravesó silenciosamente las habitaciones hasta
encontrar a Halima. Al verla la estrechó entre sus brazos mientras ella trataba
de explicarle todo lo que le había sucedido.
-¡Shhh! No digas una palabra hasta que encontremos una forma de escapar
-susurró Aladino. Juntos trazaron un plan. Halima debía encontrar la manera de
envenenar al brujo. El genio del anillo les proporciono el veneno.
Esa noche, Halima sirvió la cena y sirvió el veneno en una copa de vino que le
ofreció al brujo.
Sin quitarle los ojos de encima, espero a que se tomara hasta la ultima gota.
Casi inmediatamente este se desplomo inerte.
Aladino entró presuroso a la habitación, tomó la lámpara que se encontraba en
el bolsillo del brujo y la froto con fuerza.
-¡Cómo me alegro de verte, mi buen Amo! -dijo sonriendo-.
¿Podemos regresar ahora?
-¡Al instante!- respondió Aladino y el palacio se elevo por el aire y floto
suavemente hasta el reino del Sultán.
El Sultán y la madre de Aladino estaban felices de ver de nuevo a sus hijos.
Una gran fiesta fue organizada a la cual fueron invitados todos los súbditos
del reino para festejar el regreso de la joven pareja.
Aladino y Halima vivieron felices y sus sonrisas aun se pueden ver cada vez que
alguien brilla una vieja lampara de aceite.
Español Bloque 4 Proyecto 2, Quinto Grado
RAPUNZEL
Había una
vez... una pareja feliz que desde hacía mucho tiempo deseaban tener un hijo o
una hija. Un día, la mujer sintió que su deseo ¡por fin! se iba a realizar.
Su casa tenía una pequeña ventana en la parte de atrás, desde donde se podía
ver un jardín magnífico lleno de flores hermosas y de toda clase de plantas,
árboles frutales y verduras maravillosas. Estaba rodeado por una muralla alta y
nadie se atrevía a entrar porque allí vivía una bruja.
Un día, mirando hacia el jardín, la mujer se fijó en un árbol cargadito de espléndidas
manzanas que se veían tan frescas y tan deliciosas que ansiaba comerlas. Su
deseo crecía día a día y, como pensaba que nunca podría comerlas, comenzó a
debilitarse, a perder peso y se puso pálida y frágil. Comenzaba a enfermarse.
Su esposo se preocupó y le preguntó:
—¿Qué te pasa, querida esposa?
—Ay —dijo—, ¡si no puedo comer unas manzanas del huerto que está detrás de
nuestra casa, moriré!
Su esposo, que la amaba mucho, le respondió:
—No permitiré que fallezcas, querida.
Cuando oscureció, el hombre trepó la pared, entró en el jardín de la bruja y rápidamente cogió algunas de
aquellas manzanas tan rojas, las fue metiendo en un pequeño saco que llevaba y
corrió a entregárselas a su esposa. Ella, de inmediato, comenzó a comerlas con
deleite saboreando hasta el último pedacito. Eran tan deliciosas que al día
siguiente creció su deseo por comer más.
Para mantenerla contenta, su esposo sabía que tenía que ser valiente e ir al huerto
otra vez. Esperó toda la tarde hasta que oscureció, pero cuando saltó la pared,
se encontró cara a cara con la bruja.
—¿Cómo te atreves a entrar en mi huerto a robarte mis manzanas? —dijo ella
furiosa.
—¡Ay! —contestó él—, tuve que hacerlo, tuve que venir aquí porque me sentí
obligado por el peligro que amenaza a mi esposa. Ella vio tus manzanas desde la
ventana y fue tan grande su deseo de comerlas que pensó que moriría si no
saboreaba algunas.
Entonces la bruja dijo:
—Si es verdad lo que me has dicho, permitiré que tomes cuantas manzanas
quieras, pero a cambio me tienes que dar el hijo que tu esposa va a tener.
Tendrá un buen hogar y yo seré su madre.
El hombre estaba tan aterrorizado que aceptó. Cuando su esposa dio a luz una
pequeña niña, la bruja vino a su casa y se la llevó. La llamó Rapunzel.
Rapunzel llegó a ser la niña más hermosa de todo el planeta. Cuando cumplió
doce años, la bruja la encerró en una torre en medio de un tupido bosque. La
torre no tenía escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en lo alto. Cada
vez que la bruja quería subir a lo alto de la torre, se paraba bajo la ventana
y gritaba:
—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza de oro!
Rapunzel tenía un maravilloso y abundante cabello largo, dorado como el sol.
Parecía de oro. Siempre que escuchaba el llamado de la bruja se soltaba el
cabello, lo ataba alrededor de uno de los ganchos de la ventana y lo dejaba
caer al piso. Entonces la bruja trepaba por la trenza de oro.
Un día un príncipe, que cabalgaba por el bosque, pasó por la torre y escuchó
una canción tan gloriosa que se acercó para escuchar.
Quien cantaba era Rapunzel. Atraído por tan melodiosa voz, el príncipe buscó
una puerta o una ventana para entrar a la torre pero todo fue en vano. Sin
embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que lo hizo
regresar al bosque todos los días para escucharla.
Uno de esos días, vio a la bruja acercarse a los pies de la torre. El príncipe
se escondió detrás de un árbol para observar y la escuchó decir:
—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza de oro!
Rapunzel dejó caer su larga trenza y la bruja trepó hasta la ventana.
—¡Oh, es así como se entra a la torre! —se dijo el príncipe—. Tendré que probar
mi suerte.
Al día siguiente al oscurecer, fue a la torre y llamó:
—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza de oro!
El cabello de Rapunzel cayó de inmediato y el príncipe subió. Al principio
Rapunzel estaba muy asustada al ver a un hombre extraño, pero el príncipe le
dijo gentilmente que la había escuchado cantar y que su dulce melodía le había
robado el corazón.
Entonces Rapunzel olvidó su temor. El príncipe le preguntó si le gustaría ser
su esposa a lo cual accedió de inmediato y sin pensarlo mucho porque —además de
que lo vio joven y bello— estaba deseosa de salir del dominio de esa mala bruja
que la tenía presa en aquel tenebroso castillo. El príncipe la venía a visitar
todas las noches y la bruja, que venía sólo durante el día, no sabía nada.
Un día, en su ascenso, la bruja le dio un gran tirón en la trenza a Rapunzel y
ella reaccionó cometiendo una terrible equivocación; le preguntó:
—Dime, ¿por qué eres tan pesada que me tiras del cabello, mientras que el
príncipe sube hacia mí, rápido y sin hacerme daño?
—Niña perversa —gritó la bruja—, ¿qué es lo que escucho? ¡Así es que me has
estado engañando!
En su furia, la bruja tomó el hermoso cabello de Rapunzel, lo enrolló un par de
veces alrededor de su mano y, rápidamente, se lo cortó. Todo el cabello de oro
y las maravillosas trenzas cayeron al piso. Después la bruja llevó a Rapunzel a
un lugar remoto y la abandonó para que viviera en soledad.
Esa tarde, cuando oscurecía, la bruja se escondió en la torre. Pronto llegó el
hijo del rey y llamó:
—¡Rapunzel, Rapunzel, lanza tu trenza de oro!
Cuando la bruja escuchó el llamado del príncipe, amarró el cabello de la pobre
Rapunzel a un gancho de la ventana y lo dejó caer al suelo. El príncipe trepó
hasta la ventana y cuál no sería su sorpresa cuando se encontró con la malvada
bruja en lugar de su dulce Rapunzel.
Ella lo miró con ojos perversos y diabólicos y le dijo:
—Has perdido a Rapunzel para siempre. ¡Nunca más la verás otra vez.!
El príncipe estaba desolado. Para colmo de su desgracia, se cayó desde la
ventana sobre un matorral de zarza. No murió, pero las espinas del matorral lo
dejaron ciego.
Incapaz de vivir sin Rapunzel, el príncipe se internó en el bosque. Vivió
muchos años comiendo frutas y raíces, hasta que un día, por casualidad, llegó
al solitario lugar donde Rapunzel vivía en la miseria.
De repente, escuchó una melodiosa voz que le era conocida y se dirigió hacia
ella. Cuando estaba cerca, Rapunzel lo reconoció. Al verlo se volvió loca de
alegría, pero se puso triste cuando se dio cuenta de su ceguera. Lo abrazó
tiernamente y lloró.
Sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe ciego. De inmediato, los ojos
de él se llenaron de luz y pudo ver como antes. Entonces, feliz de estar
reunido con su amor, se llevó a Rapunzel a su reino, en donde se casaron y
vivieron felices para siempre.
Español Bloque 4 Proyecto 2 Quinto Grado
Cuento
La cerillera -
Hans Christian Andersen
Hans Christian Andersen escribió hace
muchos años este bello, triste y emotivo cuento situado en la noche de San
Silvestre. Una historia que nos recuerda que jamás debemos perder la ilusión
por conseguir aquello que anhelamos.
Era la noche de San Silvestre, la
última noche del año. Todo el mundo en la ciudad se apresuraba para llegar
pronto a sus casas y refugiarse del frío y la nieve. Iban muy abrigados, y
algunos llevaban regalos de Navidad. Tras los cristales ardía la leña en las
chimeneas y había agradables aromas de los manjares preparados para la cena de
aquella noche.
En medio del ir y venir, un pequeña
chiquilla vendía fósforos para ganar algo con que comprar siquiera un pedazo de
pan. Compren fósforos, lo mejor para encender fuego. ¡Compre cerillas, señor!
Pero la gente apenas escuchaba su débil voz y desde luego, por nada del mundo
sacarían las manos de sus tibios bolsillos con el frío que hacía.
Poco a poco, la noche se fue acercando
y la calle se quedó desierta. -¡Fósforos, fósforos! ¡Cerillas para la lumbre!
–Pero la pobre cerillera pronto comprendió que no vendería nada más aquel día.
Terminó pronto de contar las escasísimas ganancias. No podía volver así a su
casa: sin llevar consigo algo de alimento para su familia.
Pensó que quizá sus padres se
enfadaran con ella por no haber sido capaz de vender más, eran tan pobres y
tantas bocas que alimentar, que la más mínima cantidad marcaba una gran
diferencia. ¡Si por lo menos no hiciera tanto frío! Tenía los deditos
entumecidos, la nariz helada y le dolía mucho la garganta. Si se atreviera a
encender una cerilla, sentiría un poco de calor...
Al fin y al cabo, en su casa haría el
mismo frío que en la calle, pues durante todo el invierno el agua de lluvia se
había abierto camino entre las rendijas del tejado, formando goteras y el
viento soplaba a través de los cartones que formaban las paredes de su humilde
casita. Se refugió en la esquina que formaban dos casas muy elegantes y con
mucho cuidado para no destaparse, encendió un fósforo.
Y la luz del fósforo al arder le
mostró una acogedora estancia donde ardía el cálido fuego de la chimenea al
lado de una mesa con humeante comida. Las llamas se reflejaban en las paredes
creando figuras danzarinas y la pobre cerillera incluso podía sentir el calor
de una manta sobre sus rodillas. Al apagarse, la niña volvió a la oscura y fría
realidad.
-Si pudiera ser todo el rato así...-
Se lamentó la chiquilla –Encender otro fósforo no marcará ninguna diferencia, y
sin embargo es tan agradable su luz... Y procedió a prender la llama que esta
vez le mostró un salón bellamente adornado, con un árbol de navidad adornado
con infinidad de pequeñas velitas centelleantes. Bajo él, los regalos esperando
a ser abiertos por niños ilusionados.
Al apagarse el segundo fósforo, la
pequeña volvió a sentirse sola, en la noche acariciada por los copos de nieve
que caían sin cesar, casi a oscuras, sentada en la calle y aterida de frío. -
Encenderé otra cerilla – decidió la niña, pues las ilusiones que le brindaba la
luz conseguían apartarla, siquiera por un momento, de la insensible realidad
Y así lo hizo, sostuvo la madera
encendida delante de sus ojos y esta vez se vio a sí misma sentada a la
agradable mesa al lado de la chimenea, tomando una sopa caliente que reconfortó
su enfermo cuerpo. Y también era ella la que se acercó al majestuoso árbol de
navidad para abrir los regalos que en su corta vida nunca había recibido.
Tan agradable y tan nueva era la
sensación para la chiquilla, tan gratificante sentir el calor del hogar, que
esta vez, cuando se consumió la cerilla, sólo quedó junto a la esquina de las
elegantes casas el pequeño cuerpecito de la vendedora de fósforos, pues su alma
se negó a regresar a esa realidad que la había ignorado hasta el momento
Contesta
las siguientes preguntas
1.- ¿Qué tipo de texto es
el que acabas de leer? __________________________________
2.- ¿En qué época del año
acontece? ___________________________________________
3.- ¿Por qué la gente no
compraba cerillos a la niña? _______________________________
4.- ¿Por qué comenzó a
encender los cerillos? ____________________________________
5.- ¿Qué significa la
expresión “su alma se negó a
regresar a esa realidad”?
____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________
Ejercicio Español Bloque 4, Proyecto 2, Quinto Grado
La zapatera prodigiosa (fragmento)
FEDERICO GARCÍA LORCA (1899 –
1936)
Escena VI
Por la puerta central aparece
el Alcalde. Viste de azul oscuro, gran capa y larga vara de mando rematada con
cabos de plata. Habla despacio y con gran sorna.
Alcalde: ¿En el trabajo?
Zapatero: En el trabajo,
señor Alcalde.
Alcalde: ¿Mucho dinero?
Zapatero: El suficiente. (El
Zapatero sigue trabajando. El Alcalde mira curiosamente a todos lados)
Alcalde: Tú no estás
bueno.
Zapatero: (Sin levantar
la vista) No.
Alcalde: ¿La mujer?
Zapatero: (Asintiendo) ¡La mujer!
Alcalde: (Sentándose) Eso tiene
casarse a tu edad... A tu edad se debe ya estar viudo... de una, como
mínimum... Yo estoy de cuatro: Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que
ha sido la última: buenas mozas todas, aficionadas al baile y al agua limpia.
Zapatero: Pues ya está usted
viendo qué vida la mía. Mi mujer... no me quiere. Habla por la ventana con
todos. Hasta con don Mirlo, y a mí se me está encendiendo la sangre.
Alcalde: (Riendo) Es que ella es
una chiquilla alegre, eso es natural.
Zapatero: ¡Ca! Estoy convencido... yo creo que
esto lo hace por atormentarme; porque, estoy seguro..., ella me odia. Al
principio creí que la dominaría con mi carácter dulzón y mis regalillos:
collares de coral, cintillos, peinetas de concha... ¡hasta unas ligas! Pero
ella... ¡es siempre ella!
Alcalde: Y tú, siempre tú; ¡qué demonio! Vamos,
lo estoy viendo y me parece mentira cómo un hombre, lo que se dice un hombre,
no puede meter en cintura, no una, sino ochenta hembras. Si tu mujer habla por
la ventana con todos, si tu mujer se pone agria contigo, es porque tú quieres,
porque tú no tienes arranque. A las mujeres, buenos apretones en la cintura,
pisadas fuertes y la voz siempre en alto, y si con esto se atreven a hacer
quiquiriquí, la vara, no hay otro remedio. Rosa, Manuela, Visitación y
Enriqueta Gómez, que ha sido la última, te lo pueden decir desde la otra vida,
si es que por casualidad están allí.
Zapatero: Pero si el
caso es que no me atrevo a decirle una cosa. (Mira con recelo)
Alcalde: (Autoritario) Dímela.
Zapatero: Comprendo que
es una barbaridad.... pero yo no estoy enamorado de mi mujer.
Alcalde: ¡Demonio!
Zapatero: Sí, señor,
¡demonio!
Alcalde: Entonces,
grandísimo tunante, ¿por qué te has casado?
Zapatero: Ahí lo tiene
usted. Yo no me lo explico tampoco. Mi hermana, mi hermana tiene la culpa. Que
si te vas a quedar solo, que si qué sé yo, que si qué sé yo cuánto... Yo tenía
dinerillos, salud, y dije: ¡allá voy!
Pero, benditísima soledad
antigua. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse!
Alcalde: ¡Pues te has
lucido!
Zapatero: Sí, señor, me
he lucido... Ahora, que yo no aguanto más. Yo no sabía lo que era una mujer.
Digo, ¡usted, cuatro! Yo no tengo edad para resistir este jaleo.
Zapatera: (Cantando dentro,
fuerte)
¡Ay, jaleo, jaleo, ya se acabó
el alboroto y vamos al tiroteo!
Zapatero: Ya lo está
usted oyendo.
Alcalde: ¿Y qué piensas
hacer?
Zapatero: Cuca Silvana. (Hace el ademán)
Alcalde: ¿Se te ha
vuelto el juicio?
Zapatero: (Excitado) El zapatero a
tus zapatos se acabó para mí. Yo soy un hombre pacífico. Yo no estoy
acostumbrado a estos voceríos y a estar en lenguas de todos.
Alcalde: (Riéndose) Recapacita lo
que has dicho que vas a hacer; que tú eres capaz de hacerlo, y no seas tonto.
Es una lástima que un hombre como tú no tenga el carácter que debías tener. (Por
la puerta de la izquierda aparece la Zapatera echándose polvos con una polvera
rosa y limpiándose las cejas)
1.- ¿Qué
tipo de texto es el anterior?
a)
Un poema.
b)
Una adivinanza.
c)
Un guión de teatro.
d)
Una leyenda.
2.- Podemos
afirmar que el texto anterior es un guión de teatro porque:
a)
Está escrito en versos.
b)
Contiene rima.
c)
Porque en el mismo texto lo dice.
d)
Porque contiene diálogos y autores.
3.- ¿A qué
parte del guión pertenece la parte que dice: “LA ZAPATERA PRODIGIOSA “?
a)
A un diálogo.
b)
A una acotación.
c)
Al título de la obra.
d)
Al escenario.
4.- ¿En cuál
de las siguientes opciones se encuentra un diálogo del texto?
a)
Alcalde:
b) (El Zapatero sigue trabajando. El Alcalde mira curiosamente a todos
lados)
c) En el trabajo,
señor Alcalde.
d)
(Riéndose)
5.- ¿Cuál de
las siguientes es una acotación que se presenta en el texto?
a)
Alcalde:
b) (El Zapatero sigue trabajando. El Alcalde mira curiosamente a todos
lados)
c) En el trabajo,
señor Alcalde.
d)
¿La mujer?
6.- ¿En cuál
de las siguientes opciones se encuentra una característica que NO sería coherente que perteneciera a el
“zapatero”?
a)
Ser amable.
b)
Ser pacifico.
c)
Pleitista.
d)
Todas las características le quedan bien.
7.- ¿En cuál
de las siguientes opciones se encuentra una acotación que NO sería coherente
que lo hiciera el “zapatero”?
a)
(Autoritario)
b)
(Sin levantar la vista)
c)
(Hace el ademán)
d)
(riendo)
8.- ¿A quién
pertenece al siguiente diálogo?
¿Se te ha
vuelto el juicio?
a)
Alcalde:
b)
Zapatero
c)
Zapatera
d)
La hermana del zapatero.
9.- ¿En qué
caso se hizo un uso incorrecto de los signos de interrogación?
a) ¿por qué te has casado?
b)
¿Y qué piensas hacer?
c)
¿Qué te pasa?
d)
¿Hola?
10.- ¿Cuál
de las siguientes frases debe escribirse entre signos de interrogación?
a)
Riéndose
b)
Y qué piensas hacer.
c)
La mujer.
d)
Pues ya está usted viendo qué vida la mía.
domingo, 10 de marzo de 2013
Ejercicios Bloque 4, Quinto Grado
sábado, 9 de marzo de 2013
Ejercicios de lectura para primer grado
EJERCICIO No. 1
El
gato toma la lima.
Elio
toma la liga.
Alito
ama a mamá.
Ema
toma el ala.
Elio
ató la liga.
Alí
toma el atolito.
Ema
ama a mamá.
El
gato malito.
EJERCICIO No. 2
Saco
mamá el atolito.
Ema
tomo el saco.
El
gato sacó la cola.
Elia
toma la masa.
Amalia
amasa la masa.
Esa
osa toma lima.
Elisa
sacó la liga.+
Esa
lima mala.
Amalia
tocó la lima.
EJERCICIO No. 3
Elia
toma la llave.
Ema
alisa la colilla.
Amalia
usa la llave.
Alí
saco la vela.
Ella
toma la llave.
Elsa
llama a Ema.
Elisa
ve la llave.
Amalia
saco la llave.
Alí
toma esa olla.
EJERCICIO No. 4
Elisa
llama a mamá.
Elio
saco el asado.
Adela
toma la llave.
Adela
saco la olla.
Esa
olla de salado.
Amado
saco la colilla.
Ema
amasa en la mesa.
El
salado de Adela.
EJERCICIO No. 5
Zoila
toma la cesta.
Esa
cesta es de limas.
Amado
toma dos limas.
Esa
osa es así.
Elsa
llama a Zoila.
Esa
silla es de Susi.
Susi
usa esa llave.
Esa
taza es de mamá.
EJERCICIO No. 6
El
conejo sacó la cola.
El
conejo ve la taza.
Cojo
la taza de Zoila.
Ese
conejo mojo su cola.
Celia
llama a ese conejo.
Ema
lijó la llave.
El
nene toma la vela.
Ema
toma el madejo.
Ema
asó ese ajo.
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