El rescate del
fuego
El fuego ayudaba a preparar los alimentos para que fueran
comestibles y permitía hacer señales de humo para comunicarse. Además, cuando el invierno hacía castañetear
los dientes de los hombres, allí estaban las brasas para dar calor. Y cuando el verano afilaba los aguijones de
los insectos, allí estaba el humo para alejarlos.
Al fuego se le consideraba en aquellas tierras un
verdadero regalo del cielo.
Por las noches, asomados a las aberturas de sus chozas,
los miembros de la tribu contemplaban las hogueras que se iban apagando como el
signo más claro de la paz. A su amparo, los hijos crecían alegres, fuertes. No
es raro, por tanto, que todos quedaran estupefactos y muy preocupados cuando
aquella mañana se apagaron de repente todas las hogueras sin que supieran el
por qué.
Todos los hombres se lanzaron a buscar el fuego.
Caminaron hasta lejanas regiones, llamaron a todas las puertas para saber qué
había sido del fuego y cómo lo podían recuperan Las cenizas ya no humeaban en
ninguna parte. Según decían, sólo había fuego en un lugar de la selva, y aun
allí estaban a punto de extinguirse las últimas brasas.
No había tiempo que perder. Un
desesperado llamamiento de urgencia corrió por la selva. ¡Había que salvar el
fuego!
En el Mato Grosso, los miembros de la tribu de los Pareci
comprendieron que debían darse prisa si querían salvar el fuego. Las brasas
podían apagarse irremisiblemente en cualquier momento. Tenían que aunar todos
los esfuerzos para salvarlas y avivarías.
Convencidos de que el instinto guía mejor a los animales
por la selva, decidieron ir convocándolos. Les expusieron la situación y
esperaron su respuesta.
Los cuadrúpedos fueron los primeros en echarse atrás,
aunque sus excusas no fueron muy válidas:
-¡Si nos hubieras avisado antes...! -decía uno de ellos-.
Ahora ya es muy difícil recuperar el fuego.
-La aventura que nos proponéis es muy arriesgada -señalaba
otro. ¿Cómo podríamos transportar una brasa sin chamuscamos el pelo?
Y todos los animales les aconsejaban que buscaran otra
clase de ayuda, y se excusaban como podían. Ninguno de ellos quería correr
riesgos.
Los Pareci convocaron entonces a los pájaros de la selva.
Tal vez ellos, que volaban, estarían dispuestos a arriesgarse un poco más. En
cuanto los tuvieron reunidos a todos en las ramas de un árbol gigantesco, les
expusieron el problema.
-Yo iré en busca de ésa brasa -se ofreció Juruva, muy
animoso.
Este pájaro, de hermoso y colorido
plumaje, y con una larga cola de la que sobresalen dos plumas muy
características, suele habitar en las ramas más bajas de los árboles de los bosques
y selvas. Es un ave solitaria, que tiene un canto muy especial y un vuelo
sostenido y potente, capaz de recorrer largas distancias.
Juruva partió al instante y voló sin
desfallecer hasta que encontró aquel lugar que parecía inalcanzable. Dio con
las cenizas y se puso a excavar en ellas hasta conseguir una pequeña brasa
todavía encendida.
Dando muestras de su gran valor,
agarró la brasa con el pico y se dispuso a emprender el vuelo, a pesar de que
estaba convencido de que no podría soportar las quemaduras durante mucho
tiempo. Pero antes de partir reflexionó un momento y cambió de idea. En lugar
de llevarla en el pico, envolvió la brasa en las dos plumas salientes de la
cola y emprendió el vuelo de regreso a la aldea de los Pareci.
Tras un largo viaje, llegó agotado pero aún pudo entregar
la brasa encendida. Los indios la acogieron como el más preciado de sus
tesoros, la colocaron en una especie de nido de paja y hierbas secas, y
empezaron a soplar en él.
Ante tantos cuidados y atenciones, la
brasa dio muestras de volver a la vida. Los parecí la saludaron con gritos de
entusiasmo al ver que cada vez se ponía más al rojo vivo y que había más
esperanzas de salvarla.
Le acercaron una hoja muy seca y brotó la primera llama.
Toda la tribu que esperaba con ansias aquel momento estalló en gritos de
júbilo. Todos deseaban colaborar: unos acercaron al fuego más ramitas secas y
otros soplaron con todas sus fuerzas. Las llamas se avivaban y empezaron a
saltar las chispas. ¡El fuego se había salvado!
Los niños encendieron teas en el fuego
que acababa de renacer para multiplicarlo. Sonó también la música y los pies
danzaron impulsados por la alegría de los corazones.
Los hombres de la selva volvían a disfrutar de un fuego
generoso.
Juruva contemplaba la escena desde una rama, cansado pero
feliz, mientras las llamas producían irisados reflejos en sus plumas. La brasa
le había dejado un hueco en medio de las dos plumas más altas de la cola. Era
la señal del lugar en el que había sido
transportada. Pero a Juruva no le importaba. Al contrario, se sentía orgulloso
de aquella marca.
-¡Estas plumas que me faltan serán mi orgullo! Cuando
vean ese hueco en mi cola, todos sabrán que fui yo quien salvó el fuego.
Esta leyenda se ha conservado en
Brasil